Un anciano chino permanecía sentado en el pórtico de su casa, demasiado viejo para trabajar en la huerta, mientras su hijo y el resto de la familia araban el campo para la siembra.
El hijo mira al anciano y piensa para sus adentros: Ya está muy viejo... ¡Todo lo que hace es comer y producirnos gastos y molestias! ¿Qué nos puede aportar? Lo mejor es salir ya de ese viejo estorboso.
Así pues, el hijo construye un cajón; lo arrastra hasta el pórtico y ordena bruscamente a su padre: ¡Padre, métete ahí dentro! Cuando el anciano, con paso vacilante, logra meterse dentro de la caja, el hijo le coloca la tapa y la clava fuertemente; la monta sobre una carreta tira por dos bueyes y se encamina montaña arriba hasta un elevado peñasco.
Al llegar a la cumbre, el hijo oye unos golpes que lo llaman desde el interior de la caja y pregunta: ¿Qué quieres, papá? La voz del padre responde desde el interior: Hijo, ya comprendo lo que estás haciendo conmigo; me vas a matar porque ya no te sirvo de nada... pero déjame darte como padre un último consejo: Te sugiero que me tires a mí por el despeñadero; pero conserva el cajón, porque muy probablemente tus hijos llegarán a necesitarlo dentro de unos años...
Muchas veces se nos olvida que, todo lo que hagamos a otros, nos lo harán a nosotros.
La Biblia dice: "Porque tal como juzguen se les juzgará, y con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes." (Mateo 7.2 NVI).
No quieres ser juzgado de manera injusta; No seas injusto con quienes han entregado toda la vida por el bien tuyo. ¿Quieres que tus hijos de traten con misericordia y respeto?, trata a tus padres de la misma forma.
Recuerda que no estás obligado a hacerlo, porque Dios respeta tu libre albedrío, pero te aseguro que por tu bien y por que las cosas te salgan como quieres, estás necesitado y comprometido consigo mismo a hacerlo.
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