La Humildad vs la Soberbia
Debemos conocer la diferencia entre la Soberbia y la Humildad.
Somos el espejo de nuestras actitudes y por medio de ella transmitimos lo que damos o sentimos y a veces sin darnos cuenta mostramos hacia las demás personas de que grupo en la cual pertenece.
Solamente el cambio lo da cada uno de nosotros al reconocer la Soberanía de Dios y así logramos cuando haya humildad al reconocer nuestros errores y falta ante los ojos de Dios.
El hombre humilde, cuando localiza algo malo en su vida puede corregirlo, aunque le duela. Buscará conocerse y aceptarse, pues al conocer un defecto, error o limitación, se sabe contra qué luchar y se hace posible la victoria. Pero si no se acepta la realidad, ocurre como en el caso del enfermo que no quiere reconocer su enfermedad: no podrá curarse. Pero si se sabe, que hay cura, se puede cooperar con los médicos para mejorar. Hay defectos que podemos superar y hay límites naturales que debemos saber aceptar. El soberbio al no aceptar, o no ver, ese defecto no podrá corregirlo y se queda con él.
La humildad es la que nos da la verdad y la sabiduría que necesitamos para poder autoevaluar nuestro trabajo diario y saber encontrar nuestras limitaciones y ver lo que nos falta aprender y no cerrar las puertas cuando crea que lo sabemos todo de manera soberbia. Nos dará el respeto ante ellos y este nos abrirá las puertas a ellos.
Al ser humildes seremos capaces de querer a los demás por sí mismos, y no sólo por el provecho que pueda extraer del trato con ellos. Donde hay un soberbio, todo acaba maltratado: la familia, los amigos, el lugar donde trabaja. Al soberbio no le importa dejar en mal lugar a los demás por quedar él bien. El soberbio solo ve sus necesidades y no la de sus estudiantes cuando necesitan una palabra de aliento, valorar lo que hacen, animarles a ser mejores y servirles.
El egoísmo ciega y nos cierra el horizonte de los demás; la humildad abre constantemente camino a la caridad en detalles prácticos y concretos de servicio. Este espíritu alegre, de apertura a los demás y de disponibilidad es capaz de transformar cualquier ambiente. Somos soberbios cuando crees que tú puedes hacerlo todo, que no necesitas de Dios ni de los demás, cuando te crees mucho (que tú eres el más listo, el más perfecto y los demás son unos tontos), cuando eres presumido o te gusta llamar la atención, cuando quieres que todo se haga como tú quieres, cuando crees que todo te lo mereces, cuando sólo hablas de ti.
Ahora no hay que confundir la soberbia y el orgullo, que son una supervaloración de sí mismo con desprecio de los demás, con una razonable autoestima. La autoestima es valorarme en lo que soy y para lo que valgo. Sería ridículo creer que valgo para todo. Pero también es triste creer que no valgo para nada.
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