La montaña de trigo
No tenía nombre porque las cosas pequeñas dejaron de ser importantes para el mundo. Tenía unas largas antenas y unas mandíbulas potentes que le garantizaban el respeto de todos sus compañeros. Cada día se levantaba temprano para acumular granos de trigo en su despensa, el otoño se agotaba y cuando llegara el invierno no podría salir a por víveres.
Una mañana observó que su vecino tenía ya una enorme montaña de trigo. La envidia se apoderó de nuestra pequeña hormiguita: pensó que debía conseguir una montaña de víveres más grande. Cada día se acostaba más tarde y se levantaba más temprano. Apenas dormía, y sus comidas eran frugales. Dejó de verse con las otras hormigas. Su única meta era la codiciada montaña de trigo y su vida se redujo a ese objetivo.
Llegó el esperado día, la hormiguita, famélica y desfallecida, había conseguido una montaña de trigo mucho mayor que la de su vecino y emocionada decidió contar su hazaña a todo aquel que encontrase en su camino. Al salir de su casa no encontró a nadie, un profundo silencio reinaba en la comunidad. Hacía mucho frío y un infinito manto blanco lo cubría todo. El invierno había llegado. Comenzó a nevar y un gigantesco copo de nieve bloqueo la entrada de su casa. La hormiguita agotada, trató de abrirse paso por la nieve pero su débil cuerpecito no aguantó y quedó a merced del crudo invierno. Nuestra hormiguita jamás pudo disfrutar de la enorme montaña de trigo que tanto esfuerzo le costó levantar.
Nosotros no somos hormigas, en ocasiones alguien recuerda nuestro nombre o el número que nos identifica. Pero ¿no es esta la historia de cualquiera de nosotros? La ambición escapa de la racionalidad y puede ser que se convierta en un cerco que nos impide ver más allá. Tratamos de alcanzar metas imposibles reconfortándonos con el placer que nos proporcionará una vez alcanzada. De esta forma, no vemos otras muchas cosas que pueden hacernos felices y, lo que es peor, nuestra vida carecerá de sentido si no llegamos a alcanzar nuestros objetivos.
Existe una parte de la historia de nuestra hormiguita que nadie conoce,la del vecino. Éste hizo acopio de víveres, no más de los necesarios. Recogía trigo por la mañana y por la tarde paseaba por el campo para ver las flores que crecían junto al río. Terminó de recolectar unos meses antes de la llegada del invierno porque le gustaba ver cómo caían las hojas pardas de los árboles con la llegada del otoño. Durante el invierno se reconfortaba recordando todo aquello que había visto en los meses anteriores. El primer día que nevó, se encontraba en la puerta de su casa cuando escuchó los gemidos agonizantes de una hormiguita casi desfallecida y escuálida que trataba de quitar la nieve de la entrada de su casa. Salió corriendo a socorrer a su débil vecino. Lo cogió por las patas y lo introdujo en su casa. Observó su montaña de trigo y pensó - esto será suficiente para mi y mi vecino, además seguro que con su compañía, el invierno se convierte en primavera-.
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